Me ví obligada a concluir que dentro de mí había algo que anteriormente no había imaginado, algo distinto de la pura y simple muerte. No estoy hablando ni de intuiciones vagas de una patética nostalgia de lo que habría podido ser. Realicé un descubrimiento empírico que llevaba consigo todo el peso de una prueba matemática: si conservaba la capacidad de reír, es que no estaba completamente insensibilizada. Esto significaría que el muro que había puesto entre el mundo y yo no era lo bastante grueso para impedir que algo se filtrase.